miércoles, 13 de marzo de 2013

Mentiras del Sexo: Pederastia y consentimiento



Dados los innumerables casos de pederastia[1] que existe entre miembros de iglesias que, en sus normas, prohíben el sexo como práctica sexual, es interesante recuperar una idea:

¿por qué –cuando estas personas sienten el deseo sexual- no abandonan el cobijo de la institución que les arropa o bien esta institución les elimina? En estos casos[2] es probable que el recurso a la sexualidad se vea favorecido por el rol que ejercen quienes tienen relaciones con niños o el propio contexto refuerce esa conducta. Es decir, en la institución eclesiástica, puede encontrarse el caldo de cultivo que la persona percibe como favorable para realizar sus objetivos y, a lo mejor, fuera de este contexto, no sería tan accesible conseguirlos[3]. Ese caldo de cultivo puede asociarse a efectos de autoridad moral del sacerdote sobre los niños, capacidad del adulto para enseñar, confianza que los padres inicialmente tienen en un religioso que a su vez se muestra como profesional… En fin, el rol facilita el acceso a esa conducta sexual y, fuera de ese rol, puede suceder que incluso esa persona no se permitiese tener relaciones con los niños. Véase este último caso que recibí en consulta. Y exponiéndolo no digo que todos los casos sean así, pero me parece tan radical que merece la pena describirlo. Recibí en consulta a Sebastián: 


El caso de Sebastián 

Sebastián acudió a terapia horrorizado por el rechazo de los padres de la parroquia que regentaba desde hacía diez años. No se lamentaba de sus conductas sexuales sino de la incomprensión de todas las personas de su entorno con relación a su labor pedagógica y espiritual. 

Lo primero que pensé es que estaba mal de la cabeza porque lo que hacía lo revestía de bondad y apoyo a los niños. 

Según él, desnudaba a los niños para enseñarles las partes del cuerpo y así colaborar en su desarrollo y maduración como personas. Estaba convencido de que el contacto físico era necesario para aprender y que él era un mero vehículo de Dios. 

Lo primero que le recomendé a Sebastián es que fuese a una comisaría de policía a denunciarse y que yo le acompañaba. Creía que era un bromista pero no. Lo alucinante es que él estaba plenamente convencido de que hacía el bien, de que lo hacía por los niños y por la educación y desarrollo de sus almas. No se daba cuenta de que hacía daño. No puedo menos que decir que me enfrenté a uno de los casos más difíciles -que he tratado en mi vida profesional- elevado al más alto grado de patología mental interiorizada… Clínicamente hablando, ese trastorno superaba con creces la neurosis o el trastorno bipolar. Se trataba de un caso de psicopatía (desdoblamiento de personalidad) e incapacidad para reconocer que sus actos eran dañinos. Esto, por no juzgarlo moralmente. No nos extrañe que haya seres humanos que funcionan así  auto-convencidos de ese modo.

Es posible que en las mentes de las personas que cometen estos actos (que son delitos) haya una autosugestión mental que les haga creer que, lejos de hacer daño a sus víctimas, les ayudan y apoyan en su crecimiento, lo que en psicología no es sino una patología que hace elaborar un mecanismo de defensa noble para justificar la conducta de daño. O sea, Sebastián era un  vulgar psicópata disfrazado de sacerdote. No nos extrañe que en menor o mayor medida este tipo de sujetos vivan aún del consentimiento que la sociedad hace de ellos. Y no está lejos –permítaseme acudir a recuerdos no tan lejanos- las situaciones de guerras en las que ha habido sugestiones grupales de exterminio -los judíos o los serbios- probablemente fundamentadas en estas mismas ideas: creer hacer el bien de limpiar y exterminar razas por un fin superior, sea cultural o económico.


Fuente: Mentiras del Sexo


[1] Sexualidad de un adulto con un menor de manera no consentida.
[2] Recomiendo ver la película-documental, de la directora Amy Berg, “Líbranos del mal” (2005) en donde aparece el propio pederasta, Oliver O´Grady, un sacerdote católico. En este film se narra que violó a muchos niños y niñas, incluido un bebé de 9 meses. Aquellos hechos, según demuestra la directora del documental, contaron con la complicidad del silencio con el cual los cubrió la iglesia.
[3] Lo cual no significa que no lo hicieran fuera de la institución sino que el contexto lo permite y, por lo tanto, refuerza la conducta. Y cuando digo que el contexto lo permite me refiero a que podría prescindirse de ellos, eliminarlos de la institución. Pero no es así en muchos casos.

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