Mijail Bakunin, el menospreciado anarquista, escribe: “Ese poder de tomar partido a favor de uno o varios motores que actúan en él –el hombre– en determinado sentido, y en contra de otros motores igualmente interiores y determinados, se llama voluntad”. Ese poder, que nuestro autor identifica como voluntad, está condicionado por dos pulsiones divergentes: el voluptuoso deseo insatisfecho, o el intrínseco aliento humano de libertad. (No es gratuito que a los primeros se les descalifique, aunque con razón, con el hiriente epíteto de “mal… querientes”). La primera de las pulsiones referidas conduce a la voluntad de poder, a la apología del privilegio, a la prédica reaccionaria, unidimensional e instrumental (Tampoco es gratuito que la derecha se distinga por su acentuado analfabetismo e iletrismo. Recuérdese el horroris causa, Vicente Fox, y el episodio de “José Luis Borgues”; o el proverbial anti-didactismo de Peña Nieto: “He leído varias telenovelas… la Biblia es uno… La Silla del Águila de Krauze… Leí la antítesis… las mentiras sobre el libro de este libro…”; o en otras latitudes, los metarrelatos xenófobos fantásticos de George W. Bush). La segunda pulsión –asediada con empeño por la ignorancia erigida en gobierno– conduce a la resistencia contra la ciega fatalidad, a la ponderación del derecho en detrimento del privilegio, a la reivindicación de la conciencia crítica.
Cabe traer esto último a colación debido a la falta de claridad que
envuelve la discusión acerca de la educación en México, máxime en la
presente coyuntura de contrarreformas.
En general se cree que la disyuntiva en materia educativa gira en torno a
la calidad o estancamiento de la enseñanza. Malintencionadamente se
invoca un sentido de urgencia, que curiosamente no figuró cuando la
educación era un pilar de control político corporativista. Pero la
dinámica volátil de los poderes efectivos introdujo nuevas variables
otrora insospechadas. En la anterior edición se apuntó: “El bandidaje
dirigido por el Estado es un desatino en tiempos de ‘emprendedurismo’
encolerizado; en el presente, el bandidaje lo dirige la empresa privada,
con su marcado desprecio por la enseñanza, y su inagotable apetencia
por el lucro”. Luego, esta urgencia no está vinculada con la trillada
promesa de la calidad, o acaso sólo retóricamente: las reformas y las
políticas de evaluación a maestros, inauguradas al vapor, sin consultar
nunca al profesorado o estudiantado, se explican a partir de un proyecto
empresarial cuyo no tan misterioso fondo, como lo expresan las Cámaras
Nacionales de Comercio, es “impulsar la competitividad del país y enviar
señales positivas a los inversionistas nacionales y extranjeros”. En
esta declaración se condensan las dos metas prioritarias, tan urgentes
para ciertos grupos de interés: instaurar el enfoque mercantilista en la
enseñanza, vinculándola orgánicamente con la competencia de los
mercados, y conceder a la empresa privada, a los hombres de negocios o
“inversionistas”, el timón de la cuestión educativa. Como se advierte,
el aludido sentido de urgencia tiene consideraciones políticas: a saber,
evitar que la sociedad piense, e inducir el acatamiento complaciente de
las mociones oficiales, que sin rubor enarbolan el espíritu de lucro
administrativa y pedagógicamente.
Gilles Deleuze insistía: No sólo existen soluciones correctas e
incorrectas a los problemas; también existen problemas correctos e
incorrectos. Problematizar el tema de la educación en los términos de la
discusión oficial, esto es, como una suerte de dilema entre lo público
corrupto e ineficiente y lo privado supuestamente dinamizador, útil o
eficiente, es una clara maniobra política con fines de persuasión. Acaso
tan innoble como el nombre
de la organización que impulsa el proyecto, Mexicanos Primero, cuya
figurada universalidad pretende disfrazar intereses particulares
inconfesables. Si se eluden las desviaciones al tema, se advertirá que
la problemática real estriba en una confrontación de perspectivas e
intereses en torno a la educación: la visión mercantil de los
tecnócratas cuyo único credo es el lucro –la educación como privilegio–,
y la visión humanista de la resistencia cuya única preocupación es la
educación –la educación como derecho. Por eso en lugar de reformar,
mejorar, e involucrar, los tecnócratas maniatan, corrompen y “evalúan”.
En De Panzazo, Jesús Reyes Heroles resume la noción de la
enseñanza que celebra el documental: “No tiene nada de malo vincular la
educación con la prosperidad de manera descarnada... Necesitas seguir
estudiando porque si no, no vas a tener para pagarte tus gastos”. En
suma, la educación hermanada con la ambición, sometida al capricho de
los mercados, a los efectos altamente destructivos de la utopía
neoliberal.
Visto en: La Digna Voz
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