Primero la educación. Ahora la cuestión alimentaria. Luego, la seguridad
social. Y al final, la cereza del pastel, o la enchilada completa: la
energía.
Con inconfundible tufo salinista, la actual administración se
arropa con la bandera de la filantropía en boga, como mártir o niño
héroe, y se lanza saleroso al rescate de la patria. Y fiel a la
costumbre de la fabricación de engaños, el PRI-gobierno arranca su
publicitaria cruzada contra el hambre envolviéndola con ficciones, que
para la inteligencia de un adulto son tan sólo equiparables con el
relato de la inseminación in-vitro-santo de la incólume virgen
María. Las dos olímpicas mentiras piadosas que yacen en el fondo de la
santa cruzada se aprecian con entrañable transparencia: una, que el
programa paliará efectivamente el hambre en el país, y dos, que las
empresas participantes gozan de una calidad moral e infraestructural –en
razón de una presunta “responsabilidad social”– para fortalecer el
esquema alimentario nacional. Pero el ardid sólo tiene efecto en las
limitadas inteligencias de los ejecutores e impulsores de la campaña, en
los desangelados –‘rosarinos’– pasillos de la Sedesol o en los
laberínticos cubículos de las empresas benefactoras. Otra de las
criaturas sofísticas del pacto por México, la cruzada nacional contra el
hambre reúne precisamente a las organizaciones políticas y a las
fuerzas económicas responsables de la plaga de hambruna que flagela al
país. El funesto binomio estado-transnacionales –sociedad anónima
orientada al usufructo privado con cargo al erario público– otra vez más
cancela la posibilidad de una solución real a un problema real, y en
cambio surca el camino para un beneficio real a expensas de un problema
consustancial con la coexistencia de dicho binomio: el hambre.
En correlación con las dos olímpicas mentiras, la frágil legitimidad de
la campaña se sostiene, aunque subterráneamente, en otro mito: el de la
escasez. Sólo desatendiendo las causas estructurales del hambre, se
puede llegar a argüir que un programa de estas características
–asistencialista o caritativo– atenderá el problema de la cuestión
alimentaria. El mito de la escasez atraviesa toda la fundamentación de
la cruzada; es una suerte de argumento subrepticio. Pues si el problema
se planteara, no en los términos abstractos del discurso corriente, sino
a partir de un cuestionamiento material de las causas, uno se vería
obligado a preguntar, ¿por qué un país con pletóricos recursos
naturales, y una fuerza de trabajo abundante, con histórica vocación
para la producción agrícola, tiene hundidas en pobreza alimentaria a 28
millones de personas? En un estudio elaborado por el Institute For Food and Development Policy,
Frances Moore Lappé –el autor– responde con precisión a esta pregunta:
“La escasez no es la causa del hambre. La ilusión de la escasez es
consecuencia de las extremas desigualdades en el control de los recursos
para producir alimentos, que bloquean su desarrollo y distorsionan su
empleo”. En otras palabras, si la tenencia de recursos para producir
alimentos fuera un derecho subsidiado e inalienable de las comunidades,
y no una prerrogativa de un círculo exclusivo de empresas, la
misericordiosa cruzada contra el hambre carecería de sustancia, o sería
absolutamente innecesaria. El estudio referido no escatima en
observaciones atinadamente críticas: “Atribuir el hambre a la escasez es
una forma de culpar a la naturaleza de los problemas creados por el
hombre. No hay razón, sin embargo, para culpar a nadie por los límites
naturales de la Tierra. El hambre existe junto a la abundancia. Esto es
lo indignante”.
Con Walmart, Pepsico y Nestlé a la vanguardia, esta cruzada inaugural de
un sexenio saldado a base de repartimiento de despensas, busca
continuar con esta estructural e histórica práctica, aplicando la
fórmula que mejor conocen PRI-gobierno y transnacionales subsidiarias:
el de las pequeñas caridades, grandes saqueos a la población. No es
ningún accidente que las empresas señaladas de fomentar la crisis del
campo nacional figuren como patrocinadores de los productos que se
distribuirán en los 400 municipios seleccionados. Un dirigente de la
Central Campesina Cardenista denuncia el artificio inconfesable de la
“alianza estratégica público-privada” o “convenio de colaboración
gobierno-empresas”: “Las transnacionales acudieron al llamado de la
Sedesol para ‘expiar’ sólo en apariencia sus culpas con ‘dádivas’ a los
hambrientos… Al final de la Cruzada contra el Hambre no van a erogar un
solo cinco, ya que gracias a sus fundaciones sus aportaciones serán
deducibles de impuestos. Al contrario, a cargo del erario, recibirán
publicidad gratis como las grandes benefactoras” (Proceso).
Esta política social caritativa, capitaneada por los lobos de pantalón
largo, tiene como finalidad poner en marcha una doble estrategia
publicitaria para beneficio de ciertos cárteles privados: a saber,
proselitismo electoral para el Revolucionario Institucional, y
propaganda corporativa con factura a las arcas públicas para provecho de
Walmart, Pepsico, Nestlé y consortes.
La teatral –falsaria– cruzada contra el hambre, conmemora las palabras
de un obispo brasileño, que Eduardo Galeano rescata en “Escuela del
mundo al revés”. El religioso advertía, no sin pesadumbre: “Cuando doy
comida a los pobres, me llaman santo. Y cuando pregunto porque no tienen
comida, me llaman comunista”.
Fuente: La Jornada Veracruz
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