¿Qué es
un general desnudo?, preguntaba Facundo Cabral, para explicar que en
realidad no es nada. El hábito no sólo si hace al monje, de hecho es lo
único que lo hace monje, ya que es lo único que hace que los demás lo
vean como tal, y como diría Hegel, nada es uno sin otra consciencia que
lo reconozca. ¿Qué es un cura sin alzacuellos, un doctor sin bata y
estetoscopio, un bombero sin uniforme, un policía sin placa, un
astronauta sin traje espacial, un rey sin corona…? Seres humanos tan
comunes como cualquiera, sin todos los simbolismos que los hacen ser lo
que son.
No
hay nada natural en la vida humana; todo lo que nos rodea y nos
conforma; como ideas, religiones, valores, conceptos estéticos, ética y
moral, tradiciones… todo es una construcción cultural, un esquema humano
para ordenar un mundo caótico. Una serie de simbolismos.
Finalmente, lo
único que distingue al primate consciente que somos, de los otros
animales; es que somos los únicos con capacidad simbólica; esto es:
dotar de significado a todo aquello que nos rodea.
No
hay otra forma de comprender y razonar el mundo que no sea el
simbolismo. Todo pensamiento humano es pensable tan solo porque existen
palabras para referirse a ellos, y ya que todas las palabras son una
invención humana, todas las ideas y conceptos lo son también, y ya que
el origen mismo de nuestro pensamiento está en el simbolismo, es la
única forma que tenemos de pensar y entender un mundo caótico.
Todo
el universo humano es simbólico, y dotamos de significado a la
vestimenta; luego entonces somos lo que vestimos y el hábito si hace al
monje. En el año 2005 comenzó su pontificado Benedicto XVI, a quien le
tocaba la pesada carga del carisma de su antecesor, tan mediático y tan
querido por el mundo. En su presentación al mundo, Joseph Ratzinger no
intentó competir vanamente contra eso, sino que se presentó ataviado con
toda la pomposa vestimenta medieval que distingue a un papa, y rodeado
de toda la parafernalia simbólica. El mensaje era claro: no soy el
individuo Ratzinger al que puedes querer o no, que te puede ser
simpático o no, SOY EL PAPA, y estoy rodeado de todos los simbolismos
que lo comprueban, para que no quede duda.
“Tengo
serias razones para creer que el planeta de donde venía el principito
es el asteroide B 612. Ese asteroide no fue visto más que una vez con
telescopio, en 1909, por un astrónomo turco. Había hecho una gran
demostración de su descubrimiento en un Congreso Internacional de
Astronomía, pero nadie le había creído a causa de su vestimenta. Los
adultos son así.
“Afortunadamente
para la reputación del asteroide B 612, un dictador turco impuso a su
pueblo, bajo pena de muerte, vestirse a la europea. El astrónomo repitió
su demostración en 1920, con un traje muy elegante. Y esta vez todo el
mundo estuvo de acuerdo con él”.
Lo
anterior lo escribió Antoine de Saint-Exupéry en su célebre Principito,
la anécdota es real, el astrónomo se llama Mehmet Ben Behnet, y el
dictador turco al que se refiere es Mustafa Kemal “Ataturk”. Lo que le
ocurrió al desafortunado astrónomo es similar a cuando en nuestra
juventud (como hombres) cambiábamos las típicas fachas por un traje, y
nuestros padres, y nuestros mayores en general, nos soltaban el clásico:
hasta que te vistes de gente decente. Está claro que la decencia reside
en un símbolo fálico que se cuelga uno del pescuezo, y no en las
acciones decentes.
Mustafá
Kemal fue el creador de la moderna y laica República de Turquía, que
sustituyó al imperio otomano tras la Primera Guerra Mundial. Aquel padre
de los turcos emprendió una serie de reformas que pretendían acercar a
su Turquía con Europa y la cultura occidental; impuso al calendario
gregoriano, el alfabeto latino, la política laica, la democracia
parlamentaria, y abolió el califato y los tribunales islámicos. Todas
estas reformas tardarían mucho en hacer efecto y transformar de verdad a
su sociedad, así es que también impuso leyes del vestir: se prohibió el
Fez y el turbante, se desincentivó el uso del velo, y se impuso la moda
del sombrero europeo. El primer paso para ser occidental, era
parecerlo.
Cuando
Japón, aprendiendo en cabeza ajena de todas las humillaciones que
recibía China de las potencias occidentales, decidió modernizarse a la
europea, en la llamada restauración Meiji de 1867, implementó una serie
de reformas en su estructura económica, política y social; reformas
profundas para transformar al imperio del sol naciente en una potencia
moderna. Reformas profundas que tomarían décadas en notarse, pero lo
primero que se hizo fue cambiar la vestimenta. Modos occidentales para
ser respetados en occidente, o visto de otra forma: vestir con los
símbolos que la cultura occidental relacionaba con la dignidad y el
respeto.
Un
estudio de cognición corporal realizado en 2012 por el profesor Adam
Galinsky de la Escuela Kellogg de Administración, en la Universidad
Northwestern de Chicago; demostró que efectivamente el hábito hace al
monje, al descubrir que la ropa que usamos cambia la actitud de los
demás hacia nosotros, e incluso modifica nuestros propios
comportamientos, ya que, según el estudio: “la ropa afecta el cómo somos
percibidos por los demás, así como la forma en que uno se percibe”.
En
el estudio, se le dio a los participantes batas blancas para que las
usaran, a unos se les dijo que eran de pintores, y a otros, que de
doctores. El cambio en los comportamientos fue notorio, los que vestían
“como doctores” incluyeron en su comportamiento ciertas actitudes que
acompañan al estereotipo de ser médico; y se mostraban más serios, más
confiados, más científicos y más concentrados. Es decir que asumían su
nuevo rol; este experimento podría fácilmente hacerse en fiestas de
disfraces y observar cómo al atuendo cambia las pautas de
comportamiento.
No
hay que olvidar que toda la vida social es una construcción cultural,
donde más que individuos, interactúan los roles. Vestir de una forma
proyecta un rol, y es con ese rol, y no con la persona, con quien se
relacionan los demás, en una especie de enganche psicológico que la da
ventaja a los asaltantes que optan por salir a la calle trajeados,
disfrazados en este caso, de gente decente. Cuando un harapiento pide
caridad le damos cualquier moneda, pero cuando un trajeado nos pide de
favor para al autobús porque perdió o le robaron su cartera, sentimos
que la cantidad que tenemos que regalar debe ser un poco más alta.
Un
cura vestido en pants tiene la misma facultad de dar la absolución de
los pecados o una bendición, o incluso consagrar la hostia, pero muy
pocos feligreses se sentirían cómodos recibiendo un sacramento de
alguien que tiene su sotana. La vida es simbólica, la ropa son símbolos,
el hábito SI hace al monje.
Juan Miguel Zunzunegui
Fuente: La Caverna
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